Verde que te quiero verde

Muro colonizado por la vegetación Muro colonizado por la vegetación Nordic Walking Lugo

Verde que te quiero verde

Federico García Lorca cuando escribió el poema ni estaba en Lugo, ni pensaba en nuestra senda, ni sus barandas son nuestros muros. Pero no es menos cierto que si hubiera paseado por ella le habría dedicado quizás un verso, una estrofa, un poema.

La irregularidad del terreno, lo serpeante de la pendiente para dulcificar la subida de los aminales, nos llama tanto la atención como la gran humedad reinante.

Piedras de formas irregulares, de distintos tamaños, algunas de cientos de kilos, sin trabajar dan encanto al muro. La presencia del blanco del cuarzo contrasta con el verde y el marrón de piedra vieja.  

Las piedras utilizadas pueden ser planas, bastas e incluso cantos rodados; están labradas mínimamente y se llaman cachotes. Se colocan sin ningún tipo de masa, empleando las propias piedras como sustento del muro. Los restos de piedras más pequeñas, llamadas ripios, se usan para rellenar los huecos. La última hilera puede estar dispuesta con orientación horizontal, vertical o inclinada.

 

 

 

A Gloria Giner
y
A Fernando de los Ríos

 

Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura,
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con los ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas la están mirando
y ella no puede mirarlas.

*

Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
Pero ¿quién vendrá? ¿Y por dónde?…
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.
—Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
desde los puertos de Cabra.
—Si yo pudiera, mocito,
este trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
—Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda.
¿No ves la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
—Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
—Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas;
—¡Dejadme subir! dejadme
hasta las verdes barandas,
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.

*

Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal
herían la madrugada.

*

Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento, dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está, dime,
dónde está tu niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!

*

Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche se puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.


Romancero gitano, 1928
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